Si pudiera tocar algo sagrado en este mundo,
serían las canciones que esconde tu alma en silencio,
suaves como el río que acuna la luna en su espejo.
Si pudiera dejar un beso donde el tiempo no duele,
sería en tu espalda: ese jardín de secretos intactos,
donde mis labios aprenden alfabetos de piel.
Si existiera un país para mi corazón sin fronteras,
serían tus brazos —su horizonte tibio y perpetuo—, la única patria donde el miedo olvida su nombre.
Si la memoria me dejara elegir un tesoro,
guardaría tus ojos: dos luces que rompen mi noche, pozos donde bebo el amanecer cada vez que te miro.
Si tu aroma fuera el aire que llena este planeta, no haría nada más que respirar profundo,
y hasta las flores envidiarían mi modo de amarte.
Si tu calor fuera sol, yo sería nieve valiente,
derritiéndome en versos que escriben tu nombre al morir, convirtiendo el invierno en semillas de eternidad.
Y si la vida tuviera un rostro, un latido, un color
Serías tú.
D.M