El Corbán

PADRE LATINO

Después del almuerzo, aún con la servilleta,

mi hija soltó su historia encantadora,

con voz de campana, con risa completa,

contando una escena digna de escritora.

 

El profesor, consciente del ambiente,

de que su nombre no despierta amores,

intentó congraciarse humildemente

con frases de amistades y favores.

 

—No me vean tan solo como un guía,

yo también soy su amigo, compañeros...

decía con la voz que se vacía

cuando intuye murmullos traicioneros.

 

Mi hija, educada cual princesa,

con tono respetuoso y “sin malicia”,

le preguntó, con lógica traviesa,

si podían ponerle una caricia:

 

—¿Le ponemos un apodo, profesor?

Y el buen hombre, sin temor ni antena,

aceptó con sonrisa y sin rigor,

sin prever la frase que lo frena.

 

—Usted sería... “Padre Latino”.

El silencio cayó, lleno de duda,

y él, con rostro pálido y divino,

musitó: —¿Por qué esa turbia ayuda?

 

—“Porque siempre nos abandona”.

 

Estalló la clase en carcajadas,

los pupitres temblaron de alegría,

y el tutor, sin palabras ni espadas,

quedó inmóvil... casi poesía.

 

En casa reímos la jugada,

el mote quedó en nuestra memoria,

y aunque fue broma bien intencionada,

entró “Padre Latino” en la historia.