JavierManjarres

Usted es un libro

Usted es un libro
que me gustaría leer.
Los misterios de sus páginas
me acosan por la noche.
En la portada,
sus ojos me invitan
a un viaje
sin regreso claro.

¿Qué esconden sus páginas?
¿Cuál es el olor de su papel?
¿Qué árbol fue cortado
para fabricar sus hojas?

Y si fue así,
¿la tinta honró su textura?
¿Su pureza?
Oh, perdón…
¿dije pureza?

Pensará que intento seducirla,
ser elocuente,
convincente,
un encantador de frases.
Es natural.

Pero el problema del amor
no es el corazón,
que se rinde ante la mirada
que lo desarma,
sino la mente,
que empieza a contradecirse,
a jugar trucos
que no sabe perder.

Me fui por las ramas.
Así pasa cuando estoy nervioso.

Volvamos.
Pregunta por pregunta.

La primera me enternece.
Preveo lágrimas,
soledad,
incomprensión.
En un mundo de sonrisas,
escucho gritos callados,
gemidos,
llanto
que un día quisiera consolar.
Claro que lo imagino.
Nunca lo he escuchado.
¿Soy tonto por eso?

No lo sé.
Pero cerca suyo
me vuelvo torpe.
¿Sabe por qué?
Porque me olvido de mí.
Mi mundo se apaga.
Dejo de ser frío
y pensante,
y me vuelvo cálido,
sensible,
expuesto.

¿El olor de su papel?
No es perfume.
Sería muy pobre sugerir eso.
Me refiero al aroma
de las experiencias,
los desengaños,
las veces que el corazón
se le ha roto.
Eso me intriga.
Usted me intriga.

Creo que por eso estoy perdido.
Porque la duda
y la incertidumbre
son la antesala del amor.

¡Qué extraño!
Tardé años en entenderlo.
¡Qué tontería!

¿Y el árbol?
Estoy seguro
de que vivía en mí.
Era parte de mí,
y sostenía algo esencial.
Lo sé porque usted
se lo llevó.

Lo sé porque me siento alterado.
Pero no de enojo.
Sino de conmoción.
De incoherencia.
Usted me altera
todo lo que, antes,
podía controlar.

Por eso su presencia me parece lejana:
la siento cerca,
pero no la tengo.

Usted —lo ratifico—
me despierta tanto
que solo puedo pensar
que es un libro
que quiero leer.

¿Y por qué un libro?
Porque amo leer.
Así como —tal vez—
me gustaría amarla a usted.