Carlos Eduardo

La vida cambia en un instante

La vida cambia de un momento a otro:

iba de regreso a casa pensativo,

en un bus ligero,

alguien estrafalario

ocupó un asiento al lado del mío;

le escuche su pausada voz:

-  Usted es tal persona que vive en tal dirección,

+ sí señor, qué desea, respondí.

-  Usted es amigo de Johanna,

quien es buscada por los esbirros de la dictadura,

lo esperan en su barrio

para  aprehenderlo, interrogarlo y hable todo sobre ella,

ocúltese cambiando constantemente de lugar donde dormir,

corre peligro porque quieren eliminarla.

 

     Me bajé observando que nadie me siguiera,

llamé desde un teléfono público a un vecino,

le pregunté si había visto algún vehículo sospechoso,

sin patente, con vidrios polarizados

o cualquier otra señal que lo hiciera poco confiable,

me respondió que sí,

que llevaba al menos dos horas en el vecindario,

se detenía,

posteriormente daba vueltas

y se estacionaba en otro punto cercano a mi casa.

 

    Comencé a transpirar frío,

tomé un taxi,  me dirigí al centro de la ciudad.

 

    Ese día fui a un hotel,

discurrí qué debía decir en caso que me atraparan,

me dormí;

sin embargo,

al siguiente día

amanecí en mi cama.

 

   No sabía qué pensar,

¿alucino, soñé, estoy demente?

 

  Le pregunte a mamá

cómo era mi talante al llegar el día anterior,

por suerte viernes,

los sábados no tengo clases.

 

  Me respondió que un poco

más ensimismado que de costumbre,

abriste la puerta,

faltaba una hora para el toque de queda,

saludaste con un gesto y

subiste a tu cuarto.

 

  Me fui a dar una ducha helada

para saber si estaba en vigilia

o soñando o enloqueciendo.

 

  Me decidí a conversar con mis padres al respecto.

 

  Les planteé sobre qué pensaban

de lo que me estaba ocurriendo,

si eran sueños premonitorios

o comenzaba a enloquecer.

 

   Se alegraron de saber de ti Johanna,

pero lamentaron y consideraron inconcebible

que te tuviesen encerrada en un sanatorio de salud mental.

 

  No son proclives a los “psicólocos”,

me dieron sus argumentos,

pues les falta sustento científico a sus diagnósticos,

obtenidos de razonamientos especulativos.

 

  Fueron honestos,

muchas personas, incluidos ellos,

consideraban que era un ser paradójico,

excéntrico, no muy lejos sí de todo el mundo.

 

  Exigí detalles y me los dieron:

tendía a modular la voz en tonos altos

y bajos en una misma frase

que terminaba casi inaudible,

usaba ropas que no combinaban

como sandalias más short

con camisa y chaqueta,

que carcajeaba ostentosamente

en situaciones que a los demás

no necesariamente les eran jocosas,

mezclaba comidas de forma poco usual

en nuestras costumbres:

porotos negros con mermelada,

sándwich de ají palta,…

en la cara a veces

tenía una expresión de persona ida,

sabiendo que no era adicto a las drogas

ni a la mariguana.

 

   Tenía arrebatos de verborrea,

algunas manías de revisar unas tres veces

que todo estuviese cerrado antes de acostarme

y lavaba mis manos frecuentemente;

me aparecían tics nerviosos en los ojos

y los hombros de vez en cuando.

 

  Y qué me recomendarían terminé diciendo.

 

 Mi padre habló de auto observación 

permanente seguido de autocontrol

cuando se requiriera

y mi madre de baños relajatorios,

comidas no excitantes,

ni alcohol ni café.

 

  Más otras prácticas,

andar vestido comúnmente, 

hablar comedido, sonreír,

evitar reír estridentemente,

comer pausado,

dormir 8 horas,

descansar y hacer otras actividades distintas a los estudios,

pasear en bicicleta, jugar tenis, divertirse.