En la vorágine del día, donde el ruido era ley,
apareciste inerte, cual estatua de otro grey.
Una sonrisa lejana, misterio en su fulgor,
pero algo había cambiado, un sutil y dulce error.
Tu cabello, antes firme, esta vez más libre cayó,
y entre rizos rebeldes, una onda me prendió.
Cual serpiente de ébano, un vaivén fascinador,
un secreto en la sombra que mi alma quiso explorar.
Como siempre, mi verbo, respeto y admiración,
palabras ya gastadas por tanta repetición.
Mas hoy, la indiferencia que tu afecto solía usar,
se quebró en un abrazo que logró mi piel erizar.
No fue lujuria impura, ni un deseo carnal,
pero sí una energía, un fuego primordial.
Mil caballos de fuerza, en tu abrazo sentí cabalgar,
más calor que una estrella, dispuesta a divagar.
Mis átomos danzaron, la serotonina en alza sutil,
un orgullo masculino con un dejo juvenil.
Manteniendo la calma, la compostura fingí,
pero a mi propio espejo, jamás me mentiría así.
¡Carajo!, aquel abrazo, un recuerdo que atesoro,
hacía tanto tiempo, un anhelo, un tesoro.
Que alguien me envolviera con tal fuerza y tal calor,
sin ser llama impetuosa, sino refugio de amor.
Así, en medio del día, tu abrazo fue un cometa,
cruzando mi universo, dejando huella secreta.
Una onda en el cabello, un abrazo inesperado,
despertaron anhelos que creía ya olvidado.
JTA.