¡Ay!, mi amada juega inocentemente en calma
y la observo cual ruiseñor en la distancia,
ansiando rozar sus cabellos y olfatear su perfume,
como le canto al viento en enamoramiento para que mi trino,
que avanza, bese a mi amada en su aura
y en sus pómulos de bienandanza;
-oh mujer, soy el ave que te venera, lo sabes bien,
y tú mi Reina, eres excelsamente la cortesana
de tratos que con apacibilidad a mi ser sin docilidad reconstruye-;
es que nada en este mundo puede calmar mis anhelos,
mis pensamientos quieren deslizarse en tu vientre,
mis manos evaporarse en el candor de tus pechos,
mis brazos aprisionar al hálito de tu espalda
y poder entre los muros de tu fertilidad despertar cuando llegue tu alborada;
te atravesaste por los visores de mi alma
y me consagré como tu amante y férvidamente te amo;
aunque no soy quien te juró amor a perpetuidad ante un altar,
es sagradamente tu voto habitar la celda de mi alma,
y aunque nunca volviera a tener tu proximidad,
mi ser te reconocería en la eternidad... como tu cónyuge;
como una sombra sigo tus rastros, plantaste una simiente
en mi cognición que florece todas las mañanas,
quiero retenerte en mi celda cual bandido,
que si el Eterno nos unió en el camino,
es porque consiente que podamos ser amantes.