Piedras negras acariciadas por agua,
agua furiosa pese a no ser una mar profunda,
la mujer decidió entregarse a ellas,
se entregó a las corrientes y al abismo.
Su vida en el sueño había sido ardua,
existencia que de melancolía se inunda,
pese a ser de las emociones más bellas,
una vez sentida, el corazón ya no es el mismo.
Desperté, con su mirada en mi mirada,
la mujer ausente y extraviada,
en aguas claras entre piedras negras,
nuestras vidas sin cauce y lóbregas.