Voy a escribir, pienso,
y se me vienen al tintero
varias palabras, varios cabos
de donde tirar —uno es Tània,
la chica catalana que un día
me encontré en un portal—
—voy a por un café con dos
dónuts—, otro es Besteiro,
un chico que, político, estu
dioso de las leyes, se mezcló
socialista con unos iconoclas
tas tertulianos del Café Gijón.
Tánia era guapa, digo era por
que se me dijo, no sé desde qué
fuente, que se enroló en las ju
ventudes socialistas de Barcelo
na y acabó de puta en el Rabal
y, por la sífilis y otros bichitos
de esos que tienen la mala cos
tumbre de mezclarse con la le
che, acabó defenestrada y hacien
do del portal de la sucursal del Ban
co español de crédito de Plaza
Cataluña su piso, un hogar sin fuego,
bajo una intemperie que en invierno,
en una ciudad que aunque condal
es ingrata para el que no tiene, percute
sobre la piel el aguanieve que cae
a la acera, y allí sigue, donde la hallé.
Acabo de hacer otra visual a mi guórold
en la tentativa de que alguna palabra,
de esas que escribo para que no se me ol
viden, se me meta por la rendija que abro
justo antes de escribir, just before,
y, mirando la red donde quedan atrapadas,
veo que buye, que se agita, la palabra \"batuta\";
la desenredo, le separo con atención, delicadeza,
el dédalo de hilos de nailon de los que esta pre
sa improvisada se vale para aprehender vocablos,
y noto, por el olor, que algo de sangre le ha saltado
de su cutis, y con agua oxigenada le rocío
para desinfectar aunque fuesen tres letras, las tres
primeras —bat—, y ya restablecida, le pregunto
qué servicio me puede prestar en la elaboración
de esto que estoy escribiendo, ella, supertímida
a pesar del calado de su semántica, me dice que no
sabe, que pasaba por aquí con unas amigas
y que de repente se vio abducida por una especie
de red de pescador que, cual si fuese una sardina,
le asaltó sobre su cabeza, y sin tiempo de decir
esta boca es mía se vio arrastrada, separada de ellas
y llevada a un espacio ignoto.
Voy a dejar de escribir, a dejar a las yemas que descansen...