Soy el viento que araña paredes que se desvanecen,
la sombra que se pudre bajo faroles que mienten,
la herida que sangra sin dueño,
el polvo en habitaciones prestadas,
un pájaro con las alas rotas,
el juguete abandonado en la acera,
un diccionario lleno de ausencias. —
Mis pasos no calzan en los relojes del mundo: Solo soy un eco borrado, un jirón de silencio cosido a un cuerpo que jamás supo su nombre.
Me habitan cuartos donde el aire sabe a farsa, donde las risas ajenas son ecos de un guion roto. No tengo bandera ni infancia que me reclame:
soy álbum con páginas arrancadas,
mapa de calles que ni siquiera el polvo reconoce.
Hablo en idiomas que se agrietan al nacer, mis abrazos son espejos que multiplican el vacío.
¿Qué soy, sino un rompecabezas de carne sin figura...un animal que mastica reflejos y escupe preguntas? ¿quién? o mejor dicho, ¿quién solía ser? –
El vacío no es ausencia: es un espejismo que crece, desierto de sal donde hasta los recuerdos se ahogan.
Me ofrezco al abismo con los ojos vendados, pero hasta el olvido escupe y devuelve las migajas de mi rostro ajeno.
No hay patria en la piel ni brújula en mis cicatrices, solo este hueso que repite caídas sin aprender, una y otra vez.
Pregunto al espejo por la niña que fui, y el espejo me muestra un cristal empañado,
un cuarto vacío donde el tiempo se desangra mostrándome fotos desleídas.
Mi mundo se deshace inevitablemente, y yo no tengo más remedio que caminar entre memorias prestadas:
¿fui real acaso, o solo un sueño de alguien
que también olvidó dibujar su contorno?
Me pierdo cada vez más.
—D.M