Envuelto en recuerdos efímeros que nunca paran,
regresándome a esos sentimientos perdidos en el tiempo.
Esto ya no es apego, solo es la crudeza de una tristeza aguda,
pintada en cada uno de mis versos; solo la muerte dispone.
Lleno de expectativas y con el tiempo pisándome el cuello,
siempre caigo, y pocas veces me levanto. Es demasiado doloroso.
Si caigo, ¿vendrás a darme el último adiós antes de cerrar los ojos,
o seguirás desaparecida en un piso que ya no es el mismo suelo de barro?
Veinte años en un espejo dividido, un cáncer mental frío y en estado aturdido.
No llores, querida, no es culpa tuya lastimar a algo que ya se encuentra destruido.
Mientras más pasa, más me doy cuenta de toda la oscuridad contenida en mis venas,
floreciendo en espasmos que bloquean la visión de un mundo que parece caerse a pedazos.
Los árboles tambalean en ambas partes de mi cabeza; las voces nunca se detienen.
La oscuridad ha tomado el control, y estoy mirando mi caída como único espectador.
Subo el elevador hasta el piso número 31. Enfrento mis demonios, que se niegan a morir.
Tengo 14 flechas, y son para cada demonio que lleve la marca de una peste negra viviente.
Disociando el espacio donde me encuentro, surcando el vacío del vacío, perdido y muerto...
Muerto o perdido. El giro de la obra presentará a la Muerte y a su fiel amante: el suicidio selectivo.