El hombre más perfecto es aquel parecido
a mi Señor. Aquel con la tierna elocuencia
para hablar por el pecho sin voz de los caídos.
Aquel cuyas entrañas tienen el fuego impreso
de la piedad eterna.
El varón de verdad, el polvo fidedigno,
el vaso de alto amor,
hombre al que mi Señor gusta llamar amigo.
Qué raro tal varón
para toparse un día con él en el camino,
ya que su luz alumbra
como la luz de Cristo;
y al tiempo que Dios quiera, no será solo un hombre
sino un amor de ejércitos que ronde las naciones,
los muchos salvos dignos de llamarlos amigos.