La vida continuó su baile, el mundo extasiado impidió,
ensordecido que mis ruegos alcanzaran el abismo.
La belleza, se volvió el cruel error que el tiempo permitió.
Y fue así la revelación, otro comienzo envuelto en humo
un invierno que se eterniza sin pasar por el verano.
Su cuerpo reflejo de martirio, delgado y trasparente
con el brillo relampagueante de la muerte que se posa
como vida que depura y nos hace olvidar que es el final.
Ceniza danzando al borde del abismo, como fatal promesa
promesa de sombra extendiéndose, apenas sostenido
de un endeble hilo que pende entre el suspiro y la gravedad
extenuante del mudo latido, cruel sentencia de silencio
que se repite en el tiempo y no permite jamás el olvido.