Por favor,
quédate donde estás,
apartado de mí, pero no demasiado,
lo suficiente para poder presenciar el atardecer de Dios en tus ojos.
Porque, al pedir demasiado, hasta la tentación se vuelve pecado.
Me tomaría el tiempo del mundo para esperarte, ya que el que
posee mis pensares se torna en
mi corazón.