Buenos días, amor mío.
Entre copas y mi bohemia de siempre,
recibo la noticia de tu natalicio:
hoy la tierra agradece un año más de ti.
Y yo, a lo lejos, taciturno,
agradezco al cielo tu presencia en este plano;
agradezco a Dios que dejara descender
a una de sus valkirias más hermosas.
La noche se hunde en sus horas más densas,
y aunque intento ignorarla, mi mente no me deja.
Quizás nunca me amaste.
Quizá fui solo un desliz
en tu historia de amor —con otro—.
No lo sé,
pero hay algo en mi cabeza que me ajuicia.
Un pensamiento constante,
una voz que late dentro y me repite:
“Tú no me amas… quizás nunca lo hiciste”.
Pero yo… cómo te amo.
Cómo amo la forma en la que nuestras almas se rozaban.
Cómo amo la forma en la que —pretendías— amarme.
Cómo amo nuestras breves aventuras,
dignas de contarlas a nuestros nietos.
Cómo amo que mi primera hija… llevará tu nombre.
Quizás nunca sea tu hombre,
y la mujer que me llegue a amar
tendrá que aceptar esta verdad:
Que mi alma te pertenece.
Y que su primogénita… se llame Arianna.