¡Cuán doloroso el llanto
de aquellos que lo amaban
cuando en monte sombrío
se lo crucificaba!
¡Y qué hiriente la risa
de aquellos que lo odiaban,
viendo que tiernamente
al Padre suplicaba!
De Ti, Señor, la sangre
que en el polvo dejabas
se hizo a la eternidad
toda nuestra alabanza.