La mano de un duende te toca en la noche,
cuando más te has ido,
cuando más te pierdes
allá en los confines de un mundo infinito.
Un duende te asalta como enamorado,
más siempre escondido,
más siempre callado,
para no espantarte del sueño infinito.
La mano del duende te pasa rozando
alejando el frío,
acercando el tiempo
para demostrarte todo su infinito.
El duende conoce tu piel y tus labios
y con mucho mimo
te arropa en tu sueño
porque sus caricias son el infinito.
El duende te cuida cuando estás dormida,
te cuida en sigilo,
te vela el desvelo
y cuando despiertas el duende se ha ido.