Parábola muda se raja en madrugadas
—cloro manumiso, tornillos herrumbrosos de bullicios umbríos—.
Centinela conflictiva de delirios quinados y enternecidos,
vende sus troqueles a salamandras ebrias
en supermercados de achaques iridiscentes.
Colapsa el silicio rabioso en su núcleo cardinal.
Apáticamente amarra la dermis al nódulo sin contorno,
autoflagelado en exfoliación turbia —
agujas de agua cosen su sombra al cemento—,
hasta estallar en clave morse dentro de la sarapia retraída
—edén con coordenadas extirpadas—.
Las semillas yuxtalineales se disgregan entre enjambres humilladores.
Transita en sueño eléctrico los recreos
—vitrinas abúlicas, espejos con caries semánticas—,
hasta volverse motor de abejas muertas,
zumbando en falsos sostenidos sintácticos.
Fricción de su dermis de taconeo, sobre el tallo vencido del pliegue.
Observa cómo la marea lame costillas con aceite hirviendo.
—Su cápsula: útero de tungsteno y versículos rotos—.
Mientras, el ciclón sefardita desgarra
el celofán del esturión urticáceo.
La espera febril de extremidades ansiosas
explora lo que nunca aquietó sus meridianos.
Y vierte su médula redundante
en el títere silogístico del mastodonte andante.
Ivette Mendoza Fajardo