Mi mano mortal seduce aquí a su vuelo,
fantasía que al nombrarla ya se desvanece
como el sol de fuera mientras profundizo en los lamentos
de una mente enferma que a nada ya se aferra,
que deambula entre las sombras de su infierno
interno y quizás llegue a someterse por completo
cuando se cumpla un nuevo ciclo.
No puedo resumirlo en un momento aunque muy íntimo
preparado esté el encuentro desde antiguo
con la brisa que me exijo como impulso que sea el único,
caricia tan adentro que ya escupo el maleficio
bienvenido de nuevo a un sueño parecido a la vigilia
cuando incluso el corazón retumba en su protesta
profundamente herido al atravesarlo lo que imagina
muchas flechas emponzoñadas con cariño.
De rodillas todo el siglo busco un ídolo
que de mi camino no se aparte al ver peligro,
densidad que pruebo al sumergirme entre columnas de humo amargo
tan fuera del sitio en que aparento estar sentado
mientras pasan los segundos cada uno aún más largo
aletargándome de inicio, progresivo hasta la muerte
amante del silencio angustioso entre nosotros,
fría daga lenta entrando en el espíritu
cuando estudio si es mañana indeseable
por lo mismo que al escribirlo me desangro.
Qué tan simple es esfumarse en una danza
que me causa estos delirios, refugiado de la marcha
de todos al abismo ya directos, además de que me cansa
por motivos que están dichos y me bastan,
suelto mi capricho en una jaula ajena al tiempo
en que me aíslo en fatalismo y recurriendo
al mundo absurdo ni un momento
recubierto en la mentira del ensueño nunca harto.