Todos quieren la cima,
pero pocos abrazan el suelo.
Se habla de victoria
como si naciera sola,
sin heridas,
sin caídas,
sin renuncias.
Pero la gloria —la real—
no se alcanza desde el orgullo,
sino desde el silencio
que reconoce sus límites.
Es allí,
donde nadie aplaude,
donde no hay testigos,
donde el alma se dobla
sin quebrarse,
que nace la fuerza verdadera.
No hay corona
sin espinas ocultas.
No hay triunfo
sin rendirse primero
ante lo que uno es.
Eso que parece pequeño,
pero sostiene
todo lo grande, eso que nos hace humildes
Esa es la verdadera gloria.