Arrinconado con un vaso de aguardiente, oscuro y melancólico,
estoy dando de baja a mi subrepticio teléfono,
junto a esta soledad que me trasciende, hasta mi corazón necesitado,
que desvencijado de tu amor, no puede hallar el sosiego...
Y de mientras en la calle, suena la lluvia tediosa,
orquestándose su música en mi mente, como una ácida mordedura,
que me enardece enemiga a embriagarme,
para mortificar cada vez más, la úlcera de mi duodeno...
Por lo demás, aquí estoy, en el ahora de lo obscuro,
parado y sentado al descubierto,
ya vacío, desfigurado de ti, amiga de aquel tiempo,
como un centinela anochecido, sobre la mesa amorosa de tu recuerdo...
Si. Estuviste aquí, en este sitio modesto,
cuando me injurio a mi mismo, porque estoy por dentro alcoholizado,
sin poder encontrar un antídoto
contra la ocasión que perdimos de vivir unidos de la mano.