El calor ha descendido,
el invierno, agazapado,
se atreve a volar contra
corriente, y el pájaro acos
tumbrado de mi ventana
me pregunta, y su pluma
se torna escasa al equili
brio que en su cuerpo la
temperatura suele, y me
mira perplejo, como no sa
biendo el motivo de este
descenso repentino, como
arrepintiéndose del viaje
que desde tierras africanas
emprendió, familia en ristre,
para procrear otra vez, al ca
lor del calor que en esta mi
tierra por estas fechas suele
derramarse por las horas...
Descendió ayer, lo noté
como una sorpresa no sor
prendente, o mejor dicho,
no placentera porque me
cogió como en bragas, en
manga corta, tal que en esas
duchas en las que el agua
desaparece del grifo con el ja
bón campando a sus anchas
por un cuerpo aterido, sin defen
sa ante el enemigo, a su merced.
Voy, mientras escribo, a extender
sobre mis hombros una toquilla,
como la llaman aquí, no sea que
acabe resfriado antes del punto
y final.