Durante años, compartimos silencios,
miradas que rozaban la confesión,
palabras varadas en los labios,
temiendo romper la calma de lo cotidiano.
En reuniones buscadas sin decirlo,
nuestros dedos merodeaban el borde de la mesa,
anhelando un roce que nunca se atrevía,
mientras la conversación fingía normalidad.
Hoy, al fin, las palabras se desnudaron,
rompieron el muro de la costumbre,
y en un susurro, tu voz dijo mi nombre
como si siempre lo hubiese sabido.
Un beso, sencillo y largamente esperado,
selló años de deseo contenido,
y en esa caricia, el mundo se redujo
al latido compartido de nuestras almas.
Ahora, cada frase es un aliento,
cada gesto, una promesa que germina,
y en la rutina de los días compartidos,
el amor silenciado celebra su despertar.
José Antonio Artés