Hay un lugar dentro de mí
donde el sol no entra.
Donde las palabras se encogen
y el silencio manda.
Ahí reina la tristeza,
con su corona invisible
y su voz de niebla.
No grita, no castiga,
pero su poder se siente
en los hombros caídos,
en los sueños a medias.
Es astuta:
te hace pensar que ya pasó,
que estás bien.
Pero en la noche vuelve,
y toma su trono sin luchar.
He peleado muchas veces,
con la risa como espada
y la fe como escudo.
A veces gano,
otras solo resisto.
Pero sigo aquí.
Y mientras respire,
no dejaré que ese gobierno despiadado
se vuelva mi hogar.