El Corbán

EL GIRASOL DEL CORBÁN

No lo arranqué del surco, no hice trampa,

no le ofrecí ni jaula ni diadema,

se vino solo, harto de ser emblema

de jardines de sombra y flor que estampa.

Y yo, Corbán, con alma ya sin lampa,

le di mi barro, libre de anatema,

y en mi baldío halló su flor suprema

la luz que no mendiga, pero acampa.

 

No es mío por decreto ni con sello,

ni por ley, ni por voto, ni por cura;

es mío porque quiso, sin censura,

regalarme su sol desde su cuello.

Me mira con desprecio tan bello,

con altivez que besa y que tortura,

y yo, que soy experto en compostura,

me pierdo en su desprecio sin destello.

 

Le dicen flor, y ríe con hastío,

pues la alabanza ajena le fatiga,

deshoja ruiseñores si la intriga

su canto falso envuelto en desafío.

Desprecia el oro, el mármol, el estío,

y busca en mi desdicha la barriga

donde hundir su raíz, y aunque me obliga

al luto, yo la riego con mi frío.

 

Nos pertenecemos sin pertenencia,

sin contrato, sin marca, sin castigo;

ella es mi flor sin poda ni abrigo,

yo soy su sombra, su terca querencia.

Y aunque el mundo nos juzgue con dolencia,

con moral de invernáculo y abrigo,

nos reímos: ¡tan bello es ser testigo

del amor que no exige penitencia!

 

Y así seguimos, rota y decidida,

ella en su órbita gris, yo en mi calvario,

besando su desdén tan necesario

como el duelo a la herida no vencida.

Yo soy la tierra estéril, descreída,

y ella el sol invictus, mi relicario;

se adora más aquello voluntario

que florece en la pena compartida.