JUSTO ALDÚ

CRISTO EN LA FRONTERA


Venía descalzo,
con la piel reseca del desierto
y el corazón en harapos.
No llevaba más papeles
que sus llamas abiertas
y un nombre escrito en la lengua del polvo:
Yo Soy.


Ningún muro lo detuvo,
pero todas las miradas lo empujaron de vuelta.
Los centinelas del alma
no sellaron su pasaporte.
Su cruz era una mochila invisible
llena de paneles que nadie quiso partir.


En cada alambrada sus pies sangraron
como en el Gólgota,
pero esta vez no lo crucificaron,
solo lo olvidaron de pie,
como a un bulto sospechoso
al margen de la misericordia.


Él tocó a la puerta del alma,
pero adentro había luces apagadas,
rosarios colgados sin uso,
y una oración dormida en la garganta.
\"No tenemos espacio\", dijeron.
Y él se hizo polvo, otra vez.


Cristo hablaba en acentos rotos,
con la voz de la madre que huye,
del hijo que carga a su padre viejo,
de la niña con miedo.
Eran todos y ninguno.
Pero en la frontera lo llamaron extraño.


Y aún espera,
bajo un cielo sin bandera,
que alguien le ofrezca su carne como abrigo,
su mesa como templo.
Porque cada alma es una aduana,
y él, el migrante eterno,
camina buscando un corazón sin sellos.

 

JUSTO ALDÚ

Panameño

Derechos reservados / abril 2025