EDGARDO

Amado mío

Amado mío,
tus palabras, cual cascada de estrellas en la noche andina, inundan mi alma con una dicha que no conocía. Cada verso es un pétalo de rosa que se abre en mi corazón, revelando la belleza inmensa de tu amor.
No hay necesidad de gritar al mundo entero, pues mi universo entero reside en la dulce prisión de tus brazos. Y si deseas silenciar tu boca, acércate, mi amor, y cúbrela con los besos que anhelo, tan dulces como aquel primer encuentro bajo la luna llena de Cuenca.
Tus ojos, luceros que iluminan mi sendero, me ofrecen un refugio más seguro que la más serena de las noches. En su profundidad encuentro la paz que mi alma anhela, y cada una de tus miradas enciende en mí una llama que arde con fervor eterno.
Tu voz, suave melodía que danza en mis oídos como el canto de los ruiseñores en primavera, es la música celestial que sosiega mis inquietudes y me transporta a un edén de ensueño. Cada una de tus palabras es un tesoro invaluable, un néctar divino que embriaga mi ser con un amor puro y extasiado.
Tus manos, caricias delicadas que rozan mi piel como la brisa matutina sobre los Andes, despiertan en mí un torrente de emociones tiernas y profundas. Con cada roce, el tiempo se detiene, y solo existe este instante mágico que mi alma atesora con una pasión desbordante.
No temas, mi amor, pues ya has entregado tu alma, tu corazón y tu vida en cada una de estas palabras que me has regalado. Tu piel, tu temblor, tus poemas de amor, todo ello reside ya en lo más profundo de mi ser.
Y yo también anhelo dedicar mi existencia a cuidarte y amarte con cada fibra de mi ser, a ser tu refugio seguro, tu hogar eterno, donde siempre te sientas amado, protegido y venerado.
Soy la niña que con ternura deseas cuidar, y soy la mujer que con pasión deseas amar por toda la eternidad. Y a cada latido de mi corazón, a cada suspiro de mi alma, te respondo: mi amor por ti es tan inmenso como el cielo estrellado que cobija nuestra tierra.