Lo cierto es que los aeropuertos han visto más besos reales que los salones de boda,
y las paredes de los hospitales han escuchado rezos más sinceros que las iglesias.
Y es que el amor no siempre está en los “sí quiero”,
sino en los “ojalá no te vayas”.
Y la fe no se mide por cuántas veces pisas una iglesia,
sino por cuán fuerte agarras una mano cuando el miedo es real.
En los momentos decisivos no importan los testigos ni los protocolos,
no hay guiones, solo verdad.
El amor se aferra cuando la despedida es inevitable.
La fe se rompe y se reconstruye cuando no queda otra opción.
Nos pasamos la vida esperando el momento perfecto,
sin darnos cuenta de que lo auténtico sucede cuando no estamos preparados.
Es ahí, en ese caos, donde todo cobra sentido.