Jesús camina solo,
se le ve cansado.
Se sienta en una banca
solitaria del parque,
con un saco raído
y sus manos con hueco
que murmuran “ya basta”.
Tiene los hombros rotos
de tanto cargar culpas
y miserias ajenas,
pero no dice nada,
no exige nada.
Jesús solo espera.
Está en la puerta de los templos
donde los viejos rezan
donde las mujeres lloran,
donde todos se persignan;
pero no lo ven.
Como siempre.
Lo saludan con flores,
con cirios encendidos
este jueves, este viernes,
hasta el domingo,
pero no lo ven.
Y lo olvidarán el lunes.
Como siempre.
Yo lo vi llorar
en una esquina,
con la cruz en la espalda
y una espina clavada,
en el alma del mundo.