Hubo un tiempo en que reía
sin pedirle permiso al mundo.
En que mi reflejo
no se sentía tan ajeno.
Después llegaron las tormentas,
los silencios largos,
las noches que pesaban más que el cuerpo.
Me perdí en tantos días grises
que olvidé el color de mi propia voz.
Pero aquí estoy,
sin certezas,
con miedo,
y aun así de pie.
No quiero riquezas,
ni el brillo de lo que ya pasó.
Solo deseo reencontrarme
con aquella alegría,
la que vivía en lo simple.
Y si el camino es lento,
que lo sea.
Pero si vuelvo a encontrarme,
entonces lo haré.