La Maldición Del Verso Perfecto
¿Cómo se fabrica un poema genial?
¿Con qué tinta se doma la página indómita
cuando decide hospedarse en la hoja desnuda?
¿Dónde carajos duermen las musas
cuando uno las llama con versos insomnes
y ellas responden con silencio…
o peor: con clichés raídos?
Yo también he hurgado entre las catacumbas ancestrales de la prosa,
he abierto ataúdes de palabras desahuciadas
y he desnudado adjetivos
que prometían lujuria
pero sabían a noches sin orgasmos.
He buscado ese verbo absoluto
que arañe las entrañas del lector,
que no se lea… que hostigue y se sienta,
como una cachetada en la memoria,
como una blasfemia hermosa
escrita con la saliva de un monje enloquecido a punto de delirar.
¿Dónde se esconde el poema perfecto?
Tal vez en una herida bien escrita,
o en el suspiro torcido de tres puntos suspensivos.
Quizá habite en el borde de una mirada cómplice,
de un desvarío noctámbulo…
o en la carcajada suicida
de un verso sin moral a punto de saltar al abismo
en una piscina de rimas.
Pero te juro algo:
no vive en academias,
ni se arrodilla ante métricas puras.
El poema genial…
es una pesadilla con corbata de estrellas,
que se sienta a tu lado en la madrugada
y te dice al oído:
“escribe, cabrón, que esto arde…
aunque nadie lo entienda,
porque justo aquí… es donde se hace eterno.”