Hace frío.
Hace, a ese lado
de la cama, la sábana
desierta, la colcha no da
el calor suficiente a tu irte,
a tu dejarme aquí, varado,
ballena sin norte, sin kril a la boca,
y un hambre atroz en la entraña,
y es tarde para no estar durmiendo,
el trabajo de mañana no aceptará
excusas, y hace todavía frío.
Hace, y me levanto a ver
si la sangre, si circula de arriba
abajo, me oxigena el cerebro,
me da la ocasión de entender
como se debe lo que ocurrió,
el qué te llevó a mi estar solo,
ausente de ti, del vello que rozando
mi entrepierna deshelaba témpanos.
Todavía, y mira que me he puesto
de tu lado a ver si, por un casual,
la sábana bajera toma temperatura,
pero no; tu no estar deja un páramo
demasiado extenso, hasta el punto
de que el viento que corre aprovechando
la anchura arrastra tras de sí recuerdos,
sonrisas por nada, y voy muriendo
conforme a la mente regresan, y la sangre
no llega a todas las células, me temo.
Escucho un ring ring tras la caoba
de la puerta, y no tengo fuerzas para colum
near estas piernas, su musculatura vencida,
las zapatillas que se esconden para no encajar
unos pies que no quieren andar, y voy,
y la curiosidad me puede, y eres tú.
No doy crédito —de nuevo la vida me juega
al escondite—.
Lloramos juntos...