Un día como hoy,
como siempre,
como todos los días…
a veces me reprocho,
me pregunto en silencio:
¿Por qué no siempre estás en mi mente
si en mi corazón te llevo?
No te nombro siempre,
no te miro siempre,
no te digo gracias
por cada mañana,
por este aire,
por este día.
Solo cuando te necesito
recuerdo tu nombre
como un faro
que siempre estuvo ahí,
aunque mis ojos
miraran hacia otro lado.
Y al despertar,
cuando abro mis ojos al sol,
comprendo que me regalaste
otro día más,
un papel en blanco
para conquistar la vida
y escribir en ella esperanza.
¿Por qué, Señor?
¿Por qué somos tan ingratos,
tan desamorados
con los que de verdad están,
con los que nunca se van,
aunque no los veamos?
Tú, que en silencio
nos das razones,
nos susurras:
“Tú puedes”.
Tú, que con tu amor callado
nos sostienes sin condiciones.
¿Por qué no recordamos
a quienes dan la vida,
a quienes no exigen,
a quienes aman sin medida?
Tú, que sin pedirlo
nos das el mundo,
nos haces capaces
de conquistarlo,
de no dejarnos vencer.
¿Por qué, Padre amado?
Si un día sin Ti
es caminar sin calle,
es respirar sin aire,
es vivir sin vida…
¿Por qué no eres
nuestro primer pensamiento,
nuestra primera palabra,
nuestro primer “gracias”?
Perdónanos, Señor.
Vuelve a ser el centro,
vuelve a ser la luz.
Y enséñanos a recordarte
no solo en la necesidad,
sino en cada latido
de cada amanecer.