William Pérez Mederos

Se llamaba Walter

 

 

Fue un hombre de traje y sonrisa,

con un nudo detrás del botón.

De día, palabras precisas;

de noche, vasos y omisión.

Vivía entre sombras ajenas,

de esas que nadie confiesa.

La calma le daba condena,

y el silencio… su defensa.

Quiso amar sin medida,

pero erró cada intento.

Fue dejando en su huida

el eco de un buen momento.

Cargaba culpas ajenas,

y otras que sí le dolían.

Buscaba puertas abiertas

donde ya no había día.

Se llamaba Walter —dijo temblando—,

en una sala sin guión ni vergüenza.

Y un par de voces, casi llorando,

le respondieron con simple presencia.

“Solo por hoy”, fue lo que dijo,

como quien cruza su propia frontera.

Y aunque el camino no tenía abrigo,

no volvió a bajar la escalera.

Tocó fondo en silencio,

sin ruido, sin testamento.

Aceptó su reflejo deshecho

sin pedir más argumento.

La caída no fue noticia,

pero el regreso fue humano.

Se reconstruyó sin prisa,

con más verdad… que plano.

Nadie lo vio como un héroe,

ni buscó reconocimiento.

Pero al final —dicen los que saben—

se ganó su propio viento.