Acorde a los primeros pasos dados,
escribiendo las primeras caminatas bajo el sol
y llegar por las tardes con el aliento cansado
y el alivio de las piernas al quitarme los zapatos.
Pasando tantas cuadras, tantas avenidas,
subir a diferentes destinos
y no parar de caminar sin un rumbo fijo.
Llegar al monoambiente
y solo ver el mismo cielo en diferentes departamentos.
La tortura de mirar las horas pasar
en una pared blanca sin alma,
escuchar ecos difusos entre esta multitud,
personas y sus problemas ajenos.
Con este desgaste en mi piel,
tantos enredos y tropiezos en mi vida,
tantos dolores de espalda
que al llegar a un romántico puente donde cruzo,
soy una solitaria silueta entre la multitud.
Paso una larga ruta hasta llegar a casa
y ver la vida entre escombros de barro,
calles de tierra y casas derruidas,
una mirada a los fantasmas del ayer y hoy
en un mismo vagón.
A veces la vida es tan fácil para algunos
y tan difícil para otros.
Uno vive en la misma atmósfera,
pero si supieran cuán diferente es
a las demás atmósferas de trabajo.
Se vive distinto en estos espacios
tan privados y tan públicos,
en paredes de tergopol.
Tanto desgaste de borrar estas huellas
para iniciar una nueva.
Tantas caminatas que aún faltan por recorrer
y llegar, que cansa una vez que llegás.
Me canso de desenredar las líneas de los problemas,
quitarme el peso de la angustia de las suelas,
tanto desgaste de tanta vida
que se refleja en mis viejos zapatos
y en el destino que aún no toca a mi puerta.