Amada mía, aún tibia en mi costado,
te pienso estatua, sombra, silabario,
memoria en ciernes, eco anticipado
de un adiós sellado en calendario.
Te tengo, sí… y en esa posesión
se gesta el duelo, se fermenta el miedo;
acaricio tu carne con devoción
mientras mi alma ensaya el desenredo.
No temas, vida, si a veces me extravío,
si mi risa se torna funeral y espesa,
es que imagino el mármol del vacío
donde tu nombre será mi única reza.
Guardo girasoles entre libros viejos,
entre cartas amarillas y suspiros,
porque el sol de tus ojos, esos espejos,
pronto serán reflejos… ya no tiros.
Me río, amor, qué cómica esta suerte:
tenerlo todo y sentirme despojado,
besarte hoy y ya jurarte la muerte
como quien besa un retrato lacrado.
No haré preguntas, no suplico clemencia,
tan solo escribo con tinta desmedida
por si un día tu silueta, en su ausencia,
me corta el pecho y me descose la vida.
Cuando seas recuerdo —¡oh gloriosa ironía!—
diré que fui feliz… con voz de ruina,
y brindaré con niebla y con poesía
en la playa del olvido, mi doctrina.