Mientras el cielo se rasga en plegarias de ceniza
los cirios lloran cera sobre mármoles marchitos
y las manos se elevan como alas sobre brisa
para besar un madero con mil rostros contritos.
Allá, donde el horizonte es una herida abierta
la tierra traga llanto convertido en metralla
el viento arranca nombres de niños de las puertas
y el pan es solo un sueño entre escombros tras la vallas.
Aquí,se reparte la hostia, pero no el refugio, ni el abrazo
el incienso nubla las conciencias dormidas
Las cruces son collares, los himnos, bagazo
que no escuchan el lamento de las piedras partidas.
¿Acaso no es sagrado el vientre de una madre
que amamanta fantasmas entre ruinas de olvido?
¿No es también un cáliz ese mar de desmadre
cuando el barco se rompe en silencio consentido?
El mismo sol que alumbra los vitrales del ego
quema las tiendas rotas en Gaza, en Siria y en Yemen,
y la sangre que se brinda ahí cada domingo
es la misma que se seca en la arena de tantos que temen.
Si Dios es un puñado de trigo en cada mano,
¿por qué guardamos espigas solo para misa?
La verdadera cruz no es la que cuelga del cuello, mi hermano
sino la que no alivia al hermano caído con prisa.
Habrá que romper el espejo que divide el lamento:
que el ayuno sea hambre compartido en la mesa
la compasión, un puente de miradas sinceras, sin cuento
y la resurrección, un pueblo entero de pie y entereza
Porque la fe no es un muro, sino un abrazo,
donde todos los nombres entren en un susurro:
Nunca más altares sin justicia. Ni ocaso
Nunca más paz, sin pan, ni futuro.
@ Marcos Reyes