La vida va
más rápido de lo que puedo vivirla.
Me despierto tarde en los días que importan,
me distraigo justo cuando alguien me habla.
Pierdo trenes por mirar el cielo,
y cuando entiendo el momento,
ya es recuerdo.
Y aun así,
hacemos planes
como si el alma no conociera fin.
Escribimos sueños en servilletas rotas,
mientras el café se enfría
y la vida se calienta allá afuera.
Pero yo —yo tengo el amor—
y eso me cambia la escena.
Mientras otros actúan con prisa,
yo me quedo mirando el guion de la vida
desde atrás del telón.
Veo los hilos,
la tramoya,
el cansancio de los actores
que ríen por fuera
y tiemblan por dentro.
Y aún así seguimos,
porque vivir
no es solo correr detrás del reloj,
es saber por qué lo hacemos.
Y yo aquí sigo,
mientras el sol despierta a la ciudad,
organizando el caos con manos sinceras.
Y cuando salgo del trabajo,
veo la luna llena esperándome
como una promesa sin palabras.
Ella me recuerda
que no todo es urgencia,
que amar es también resistir,
y que si tengo el amor,
entonces estoy llegando
aunque parezca que me quedo.