Siento que cada vez
que alguien se sienta a hablar conmigo,
en un rincón mágico de El Ateneo,
en el silencio de su biblioteca,
o en la mudez doméstica
donde el reloj finge no tener prisa,
algo más que palabras
me cruza el alma.
No son solo frases,
ni la lógica exacta
de un diálogo cualquiera,
es un temblor pequeño,
una luz que se asoma,
y convierte el instante
en un verso sin dueño.
Mi mente, rebelde,
no se conforma con la bella sencillez
de una conversación desnuda,
quiere vestirla de altura,
quiere bordar las emociones
que despiertan sus gestos,
sus voces, sus pausas,
y sentarlas en el trono de la poesía.
Porque hay algo sagrado
en las palabras que otros me regalan,
algo que insiste en quedarse,
como si la vida, al hablarme,
me enseñara que todo,
si se atiende,
puede ser la semilla de un poema.
José Antonio Artės