Qué estancia tan oscura es la memoria,
con qué languidez se nos abraza
a los paisajes esculpidos del recuerdo.
La realidad apenas la sostiene
en ese filo entre el espacio de los dedos
donde asoma, a trozos, mi reflejo.
Los días se revuelven como un gato,
los años se deforman sin consuelo
y la distancia es un reo
que pronuncia en el silencio sus errores.
Qué estancia tan oscura es la memoria,
qué fría se nos vuelve cuando aguarda
qué ridícula su ausencia,
ondeando como un velo transparente
liberándose a la fuerza de las dudas.
Nos promete el cuadro más preciso de la vida
y lo que cuelga
es solo un acorde roto de su huella,
una innoble oración de lo que queda.