Entre las grietas del sepulcro
una forma callada respira,
como un verbo suspendido
que aún no ha sido dicho.
Es tu cuerpo,
todavía tibio en la memoria del alma,
esperando que el amor
vuelva a darle carne.
La piedra no pesa más que el olvido,
pero nadie se atreve a moverla.
Allí, bajo siglos de ausencia,
tu cuerpo reposa
como un jardín sin estación,
como una luna sin noche.
El tiempo no toca ese umbral,
solo la fe,
con su lengua de incienso,
le habla en susurros a la carne dormida.
Cada hueso tuyo es una promesa,
cada sombra,
un canto en forma de llaga.
Te espero en la esquina de los siglos,
donde el silencio
hace su nido en mi pecho.
Tu cuerpo es la parábola que no entiendo,
el milagro que no ocurre
y sin embargo me sostiene.
¿Eres semilla o reliquia?,
¿cuerpo enterrado o templo en germinación?
Tu piel es altar de lo que vendrá,
y mis manos,
sacerdotes sin rito
esperando tu resurrección.
He puesto mi fe como sudario
sobre tu ausencia.
He hecho del sepulcro
mi morada.
Y aunque no sé si despiertes,
me quedo aquí,
habitando la esperanza con forma de hueso.
Porque aún en la piedra
hay latidos,
y aún en la muerte,
un cuerpo puede estar esperando
a que el amor vuelva por él
como el primer día.