Mientras acariciaba tu rostro, no pude evitar pensar—como siempre—en lo bella que eres. Aunque eso te debe haber quedado claro, teniendo en cuenta lo mucho que te lo digo.
Realmente tuve suerte al conocerte. Tuve suerte porque me escogiste y decidiste estar conmigo, a pesar de la tristeza y el estrés que te he causado.
Soy consciente de lo difícil que puedo llegar a ser, y sé que tu paciencia nunca ha sido mucha.
Por eso lamento todo el daño que nos hemos hecho, lo que le hemos hecho a nuestra plantita. Porque sí, a veces le echábamos demasiada agua, casi ahogándola, y otras veces olvidábamos ponerla al sol. Aunque, al final del día, terminábamos colocándola donde debía estar, hablándole y alimentándola bien.
¿Puedes ver cuánto ha crecido? Es hermosa.
Mira cuánto hemos crecido, aprendido, cambiado.
Ya no somos las mismas personas que fuimos en aquellas cartas.
Sin contar con la vergüenza y la inseguridad que sigue presente en mi al darte un beso, hace tiempo que no soy aquella persona.
Y tú, hace tiempo que no eres aquella otra.
Y mentir no puedo, a veces deseo que volvamos a ser ellas.
Que solo fuéramos tú y yo.
Pero sé que no es posible, porque ya no somos quienes fuimos. O quizás nunca habíamos sido, en primer lugar.
Y aquí estoy ahora, escribiendo esto, tratando de llegar a algún punto entre el estar y el no estar.
Porque quiero estar contigo, y no quiero estar sin ti.
Y sé, soy consciente, que aún queda vida para amar y conocer, pero.
A veces dudo de ser fuerte, como ahora. Solo quiero salir corriendo, escapar del dolor, del miedo, de la culpa, del odio, de la pena.Pero entonces, me envuelve tu aroma, tus ojos, tus besos, tus palabras, tu calor.
Y ya no quiero salir corriendo. No siento el dolor, ni el miedo, ni el odio...
Pero la pena y la culpa, y la culpa y la pena, y el llanto.
La pena de haber perdido algo que quizá nunca estuvo en un principio, pero me hice creer que sí.
Y la culpa de quizás haber roto algo, de haber arruinado algo que nos empujó hasta aquí.
A mi insuficiencia.
Y el llanto, el llanto que provoco en tus ojos y no puedo soportar.
No lo puedo ver, no lo puedo oír.
Porque en más de una ocasión me has abierto la puerta, me has dado una salida, me has desprendido de ti, para no lastimarme, para no matarme, para no arruinarme.
Y yo sigo aquí, temerosa e incapaz de moverme.
Sigo aquí, aferrándome al amor que aún siento, que aún deseo, que aún amo y no puedo soltar, aunque duela.
Aunque tus besos no sean solo para mi, pero tu amor.
Tu amor sigue siendo mío.
—Limoneyes