Cicatrices
Hay noches que se sienten infinitas, como si el mundo se detuviera justo en el instante en que el silencio pesa más que las palabras. Es en esas horas que te extraño, cuando el eco de tu risa todavía retumba en mi memoria, pero no aquí, no ahora.
Duele el amor. Duele como el frío que cala en los huesos, como la lluvia que no cesa y termina empapando hasta lo más profundo. Nos prometimos tanto, ¿recuerdas? Nos juramos universos que ahora parecen tan lejanos. Y aquí estoy, buscando en las estrellas una respuesta que no llega, un consuelo que no existe.
Es irónico. Amar debería ser cálido, un refugio contra el caos del mundo. Pero contigo aprendí que también puede ser un fuego que arde lento, consumiéndote hasta dejar cenizas. Y, aun así, me aferro. Porque el dolor, aunque cruel, es lo único que me queda de ti.
Tal vez en otra vida, en otro tiempo, nuestras piezas encajen sin romperse. Tal vez el amor no duela como ahora, como siempre. Pero por ahora, solo queda este vacío, este anhelo, esta certeza de que, a pesar de todo, volvería a caer.
Porque, al final, hay algo hermoso en el sufrimiento que deja el amor: es la prueba de que existió, de que alguna vez vivimos algo tan intenso que dejó cicatrices.