Volver a las jornadas de antaño…
a visitar nuestros imborrables recuerdos,
diáfanos y liberados,
allá, al reciento de los abiertos encuentros.
Volver a aquellos tiempos… de inocencia inusitada,
sobre los extensos campos dorados de septiembre…
con su cielo salpicado de golondrinas…
y la tibia brisa estremeciendo los rebeldes follajes.
Y como podría explicar la indescriptible sensación que experimento,
tan inefable de detallar,
esa íntima emoción …que sola se manifiesta…
y aparece para reconfortar al corazón.
De las ruidosas costumbres de lo cotidiano …
siempre se aprende,
pero habitualmente se pretende escapar,
pensando que, con desertar de ahí, nos podemos abstraer del dolor.
En esa travesía de larga data,
esa vida estropeada por las circunstancias…
trata de salvar alguna escusa…
que nos mantenga delirando,
viajando muchas veces sin rumbo,
confiando a ciegas en el destino…
con los afanes en oración continua,
imaginándonos que vamos avanzando,
derrumbando obstáculos,
despejando los atropellos de la rutina,
convencidos que lo podemos hacer,
que algún día lograremos superarle a la nostalgia…
que nos abruma con insistencia necia.
En esta fábula permanente nos envolvemos,
hasta que nos damos cuenta…que todo era diferente,
y que los sueños de niño y de juventud…
fueron quimeras al viento…
que no tuvieron sustento,
solo utopías temporales… fáciles de desvanecer…
con pávido desengaño.
Se huye infatigablemente de lo inexorable del contexto,
se intenta tantas veces abandonar la tristeza,
emigrando a los momentos de grata remembranza,
a los esplendidos lugares que se grabaron en la mente…
y perduran a pesar de los vientos huracanados de la realidad…
y las inclemencias de lo ineludible.
Pero al final…nos ubicamos frente al espejo de la verdad…
y advertimos ahí…
que nos pasaron los años sin contemplación…
y que simplemente hoy…no hay nada que se pueda hacer…
sino aceptar y callar…callar y esperar expirar…
en los brazos del descanso eterno.