Dolores y dolores,
en la vida caen como perdigones.
El dolor de perder un amor,
de soñar en vano,
pero el más amargo de todos
es no ser correspondido
por aquel que se ha amado.
En la penumbra de mi mente,
tu imagen se hace presente,
como sombra que lo cubre todo,
como herida que no miente.
Así fue tu amor:
tan sincero...
que al final, no fue verdadero.
Tu melancólica voz
retumba en mi pecho callado,
cabizbajo, bajoneado,
por cargar con tu tristeza,
esa que llevabas a cuestas
cuando ibas a mi lado.
Y acaricié con ternura
tu cabellera de espinas,
cuando más te quería,
más me herías...
y aún así, no solté.
Fue en un abrir y cerrar de ojos
que no solo te perdí a ti:
perdí todo aquello
que había amado.
¿Por qué te fuiste entonces,
dulce flor de otoño?
Yo sequé tus lágrimas,
y regué amor en tu campo marchito.
Sembré en ti la dulzura de las rosas,
pinté sobre ti el cielo de azulejos,
como quien ama creyendo
que lo imposible es eterno.
Y en los prados marchitados,
aún veo tu rostro,
dibujado bajo un cielo estrellado.
Sobre el tejado de mi alma
quedó escrita nuestra historia,
para que el corazón no olvide
lo que duele una amarga derrota.