Hoy te busco en el revuelo de la tarde, en el café que se enfría en la mesa, en el rumor de la calle que no dice tu nombre.
No estás, y sin embargo, te cuelas entre las rendijas de mi sombra, como un sol testarudo que no sabe rendirse.
No es que te necesite, no creas, es que el aire pesa menos cuando respiras cerca.
Es que los días, sin tus pasos, se me hacen un traje viejo, gastado de los codos, con los bolsillos llenos de preguntas.
Te escribo desde esta ciudad que no duerme, dónde los semáforos parpadean como mis dudas.
Quiero decirte que sigo, que no me rindo que todavía guardo un brillo en el pecho, un pedazo de ocaso que robé de tus ojos.
Ven, sentémonos a hablar de nada, de las nubes que pasan, del perro que ladra en la esquina, de cómo el mundo se empeña en seguir girando.
Y si no vienes, no importa, te inventaré en cada verso, por que el amor, compañero, es también esta terca costumbre de esperarte.