Rosendo Ruiz

Augurios

Dos copas,

una vela blanca

y una botella

de vino tinto añejo,

enfrente de mi

portón de hierro.

No escatimaron

ni un billete

en su carta de

presentación.

 

Al día siguiente

la mañana me sonrió 

burlona

con una paloma

muerta 

adentro de mi patio.

Sus entrañas estaban

muy frescas

y su sangre goteaba

un mensaje

muy evidente.

Recuerdo ver

en su rabillo

toda la historia

de su especie.

Lástima que no pudo 

escapar 

de su extenso pasado

maldito.

 

Para mi sorpresa,

la noche fue mucho

más amable.

Me envió un cuervo,

heraldo por 

excelencia

de la parca.

Se posó en mi paredón

de frío cemento

y sin emitir sonido

me anunció el fin

de los tiempos.

Por mi parte

no hice más que

maldecirlo en un

intento

de esquivar mi

profecía.

 

Todavía no puedo

dimensionar

cuánta arrogancia

hay en aquella gente

que se atreve a

molestar a quienes

conocen

de principio a fin

la historia de la vida

y la muerte, 

del universo y 

la eternidad.