Me llega.
Me acaba de llegar
un olor, un perfume
muy tuyo, como pro
cedente de tu manantial,
como si en su química
más íntima guardara
una fórmula, una coca
cola oculta, y que toma
cuerpo solo cuando se vo
latiliza en el aire. Y me
recuerda tu cara, tus gestos
de máxima displicencia
si alguien —que no yo—
te corta el grifo de libertad
que siempre tienes abierto.
Me invade ya. No sé si es
que el agujero de donde viene
está abierto en canal o es que
la tapadera que ese tipo de
agujero suele tener se ha roto
por alguno de sus extremos.
No lo sé.
Me llega directo al lóbulo olfativo,
me lo invade como las hordas
sarracenas de Al-Tarik —me lo
invento— lo hicieron en solo tres
años sobre la geografía que me
caracteriza —la de la piel de toro—
y ese repletar de tu esencia me
encanta, me hace trasladarme
a un país ignoto y bellísimo
a un tiempo, y juego de nuevo
a las alfileres imaginando ser
futbolista, y corro en pos de un
balón de fútbol sin atraparlo
nunca, quedándome en el sueño
de ser un Pelé o un Maradona...
Otro día sigo.
Perdónenme
que no me levante.