No pido el oro ni la rosa
herida,
ni el canto ciego que el
poder acalla.
Pido la paz que en tierra
se instala,
donde el dolor aún busca
su salida.
Pido el amor sin látigo ni
herida,
la voz que el pueblo como
escudo entabla.
Una palabra libre, clara,
iguala
al hombre entero con
su propia vida.
No quiero un verso mudo
o complaciente,
ni paz que sea tumba del
que clama,
sino una luz que arda en lo
viviente.
Pido la paz que brota de la
llama
de la verdad, y alzar
eternamente
la voz que siembra y no la
que se inflama!
De regreso a lo cotidiano cargado de paz, esa paz y esa palabra que brotan del campo y su gente. De familias extendidas, de vecindad y hogares. De confianza entre empleados y patrones, de amistad nacida en el tiempo y el espacio.
Esa paz que hace abundante las cosechas sembradas entre risas y cantos , esa paz por el amor a la tierra y sus frutos, esa paz de cuidado al ambiente, a sus animales y a los recursos del campo.
Pero traigo conmigo dibujos de niños, hongos variados, frutas, nuevas amistades y puertas abiertas para regresar.