Se queda el eco
de las palabras que no dijimos,
la sombra temblando
en la última página del abrazo.
Se queda la silla vacía,
el café que se enfría solo,
la música que ya no bailamos
y el nombre que el viento no olvida.
Se queda el perfume
de una risa que fue casa,
el roce de una promesa en fuga
que aún duerme en la almohada.
Se queda el silencio
después del portazo,
los “te quiero” no lanzados,
los sueños que duelen al tacto.
Y uno se va
con los pies adelante,
pero el alma,
esa se queda en lo que arde.