juanestrada

El infierno

No la traigas a tu casa,

no abras la boca,

no la nombres

porque es más contagiosa que la peste.

 

En el umbral permanece

el pánico agobiante del condenado

y la profunda tristeza de lo perdido.

 

¿Es esta omnipresente tristeza

la que me arroja al pánico

o es el pavor incontrolable

el que me provoca esta íntima tristeza?

 

¿Qué hay al final, poeta?

Tal vez un silencio hondo

como el insomnio

o un acantilado insondable

que se desploma

en un mar turbulento que grita

incesantes culpas.

 

Quizá esa es la forma del infierno

y ya estoy en el infierno.