No la traigas a tu casa,
no abras la boca,
no la nombres
porque es más contagiosa que la peste.
En el umbral permanece
el pánico agobiante del condenado
y la profunda tristeza de lo perdido.
¿Es esta omnipresente tristeza
la que me arroja al pánico
o es el pavor incontrolable
el que me provoca esta íntima tristeza?
¿Qué hay al final, poeta?
Tal vez un silencio hondo
como el insomnio
o un acantilado insondable
que se desploma
en un mar turbulento que grita
incesantes culpas.
Quizá esa es la forma del infierno
y ya estoy en el infierno.